lunes, 25 de febrero de 2013

A punto de empezar...


La vida siempre le parecía a punto de empezar. Abierta, diáfana e incierta. Como la hoja de su agenda con todos sus días nuevos, prometedores, a estrenar. Como una cuartilla que espera ser cubierta de palabras de principio a fin, hasta que un punto las detenga en su momento perfecto.

Ahora, sobre la mesa del café, el papel parecía seguro, asentado durante los pocos minutos que tenía por delante para saborear el aroma que ascendía de la taza. Podía llenar el papel y aprisionar los sentimientos en blanco y negro. Podía extender sus pensamientos a través del día, alargarlos una noche tras otra y soltarlos al amanecer, siempre al amanecer. Justo en el momento de comenzar un nuevo día, las lágrimas hacían el resto. Caían libres, imparables, queriendo llenar un vacío que ni las palabras ni el tiempo cubrían. A veces, creaban un charco, otras un lago, casi siempre, un océano.

Sabía que un corazón insatisfecho es capaz de reclamar lo que la mente no domina, y vivía a punto de empezar cada minuto del día, con la misma ansiedad de la primera vez, en un continuo dar sin recibir, con el temor de que desapareciera lo que había creado un minuto antes.

De sus muchos o pocos años, de su castigada experiencia, sabía también que ningún papel, ningún océano, ningún corazón se llena por completo. Cuando nace, el amor se recibe como un regalo inesperado que, con el tiempo, se convierte en obligado. Se da por hecho que existe como un privilegio eterno y que así seguirá siendo. Se olvida asomarse al borde del pozo por donde, poco a poco, el amor se va hundiendo tras la pesada carga de la costumbre.

El aroma se había evaporado, la taza estaba vacía y el papel lleno. Un cerco oscuro de café quedaba en el fondo como la huella de los minutos que se le habían escapado. Se puso en pie y comenzó otra vez, un nuevo paso, otra salida, más tiempo. A punto, dispuesta de nuevo a rellenar las palabras de vida, cubrir el pozo, atravesar el océano y protegerse el corazón. 





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martes, 12 de febrero de 2013

Bienvenido al silencio...





Bienvenido, adelante. Mira, porque nada escucharás. Es el silencio plagado de palabras que no suenan. Es un eco sordo y mudo. Nada se oye desde este pasaje hasta lo desconocido. Estás frente a él, por la vía que tú mismo elegiste.  Te dijeron, te contaron, te prometieron que por aquí encontrarías voces para divertirte, compartir, aprender; para sacar a pasear a los fantasmas que se empeñaban en sentarse a tu lado. Cantos de sirenas del último siglo. Te arrastraron, te empujaron, te incitaron a crear palabras con tus dedos sobre el teclado y convertirlas en otro silencio más, uno dentro de un todo inmenso, del laberinto en la red. Verás sus hilos como calles desde donde parten y se multiplican infinitamente los anhelos de tantos y los deseos insatisfechos de la mayoría. 

Avanza y lee. Tus ojos serán tus pies, el camino se abrirá con tu mirada. Detente en esta esquina, gira por la avenida, pasea hasta aquel callejón.

Verás palabras de solitarios por elección, ególatras enamorados de su nombre, amas de casa hartas y amos de casa resignados, aspirantes a genios, parados con su esperanza a rastras, casados con la rutina, abandonados de otra vida y poetas colgados de las estrellas. Sus palabras enredan amores reales o ficticios, que sólo hablan de ellos mismos, pero todos quieren ser oídos. Quieren tu agradecimiento a gritos. Dar poco, pedir mucho: los sinceros sin suerte, los mentirosos adoradores de su propia falsedad escorados desde la barandilla, los que venden en cada esquina y nada compran en la gran plaza. Los que pretenden la fama, apostados junto a la fuente, mientras desprecian a los que beben de sus palabras. Los mesías de este siglo, ladrones habituales y envidiosos profesionales, los que triunfan o eso creen. Los que dejaron algún murmullo que aún resuena antes de marcharse. Nada consiguieron –calmar su sed, una caricia para su ego, un tesoro propio- y se escondieron bajo la oscuridad de las farolas rotas.

Lee, mira. Cada vez hay más palabras, pero significan menos. Flotan fueran, en su atmósfera irreal; pocas se adentran hacia las entrañas. El inmenso silencio se autoalimenta y vive de diálogos vacíos y preguntas sin respuesta. Tantos cruces para vernos, tantas vías para encontrarnos y cada vez menos que decirnos.


El tiempo también arrasó el laberinto de la red, pasaron los días y las estaciones y aparecieron sus daños. El viento gélido de la indiferencia, la lluvia que dejó charcos turbios de lodo y malentendidos; el sol abrasador que secó sentimientos.


Sólo si miras hacia aquel rincón, detrás de las palabras, verás un pedazo de acera donde aún brillan luces y resuenan algunas risas. Hay un voluntarioso corazón en medio de la carretera comprometido con su denuncia, un corrillo de compañeros que cuchichean cómplices en torno a su propio silencio. Junto al banco del parque, brota tímida la inocencia de la primera vez, se ve la forma de un cariño vestido de paréntesis, un amigo frente a la estatua de la soledad, el pedestal del agradecimiento auténtico, el recuerdo presente de lo eterno pintado en aquella pared...


Deja de verte y mira a través del silencio. Verás que no todo está dicho. Abre los ojos y lee con el corazón, porque aún hay mucho que descifrar en este laberinto, mucho que debe ser comprendido y querido. Alto y claro.



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martes, 5 de febrero de 2013

El detonante


Las ocho en punto de la tarde. El silencio de la casa se estremeció con el sonido de la llave que abrió la puerta, amenazante como siempre, inevitable como siempre, al empezar la noche de aquella familia. Sobre la mesa del comedor, todo estaba dispuesto en perfecto orden. Platos inmaculados, vasos y cubiertos relucientes, y servilletas de fina tela alineadas ante cada uno de ellos. Y todos ellos esperando al padre que en quince minutos calculados –ni uno más, ni uno menos- entraría en la habitación para presidir la mesa, ataviado con su bata de seda color tabaco.

Una cena como tantas otras o eso parecía cuando las manecillas del reloj marcaban las ocho y cuarto. El hijo mayor, con sus 19 años encogidos entre los hombros y mirada adusta; los dos gemelos de 16 años, inquietos y cómplices; la pequeña, con sus 13 años de rebeldía oculta tras el moreno flequillo. Ninguno alzó la vista desde sus respectivos platos cuando el padre se sentó. Ni un gesto se vio en sus manos escondidas y enlazadas bajo la mesa. Como tantas otras noches. O eso parecía.

Los pasos de la madre apenas resonaron por el pasillo. Sin levantar la vista, le sirvió a él las primeras cucharadas de puré anaranjado y humeante. Comenzaron a comer lentamente hasta que estalló el grito:

        - ¿Pero qué porquería es ésta? Sabe asqueroso, sabe a mierda cocinada por una inútil como tú. ¿Eres tan torpe que ni siquiera puedes preparar un simple puré? Estoy rodeado de incapaces, vagos, estúpidos…
      - Es crema de calabaza, con patatas, sana, con muchas vitaminas…

Pero él no la escuchaba, como siempre, como tantas otras noches. Los insultos cada vez más altos, más intensos, atronaron en el comedor. Ella levantó la mirada y la posó un instante en cada uno de sus hijos. La respuesta que leyó en ellos la empujó a regresar a la cocina y volver rápidamente al comedor con un salero. O eso parecía.


    - Deja que te eche un poco de sal, tal vez así te resulte más sabroso…

El silencio en la mesa volvió a ser profundo mientras él apuraba cinco cucharadas más. Hasta que comenzó a toser. De la garganta le brotó una especie de sonido ronco; de la boca le salieron borbotones de puré y saliva. Derrotado por fin, humillado por fin, su cabeza amoratada cayó sobre el plato y reposó entre grumos anaranjados.

      - Ya está. Lo hicimos… Tranquila, mamá, yo llamo a la policía.

A las nueve en punto de la noche, el inspector entró en el comedor y con pocas frases eficaces restableció el orden, mientras los servicios médicos hacían su trabajo. Sólo entonces respiró y se permitió mirar uno por uno los rostros inmutables de los hijos, sentados y alineados en el sofá. El interrogante silencioso se dirigió a la madre:

     - ¿Quiere saber por qué, inspector? ¿Por qué lo hicimos hoy, esta noche,   ahora? ¿Cuál fue el detonante? Ninguno y todo. Todos  los gritos, insultos, humillaciones, ofensas. Todos juntos y ninguno en concreto. Simplemente teníamos que hacerlo, y esta noche, que parecía una noche como tantas otras, estuvimos de acuerdo. Todos juntos, al mismo tiempo, encontramos el valor.
     Sé que nos investigará, lógico, es su trabajo. Preguntará y le dirán que él era un hombre magnífico. Un directivo comercial de éxito, encantador y con carisma, de sonrisa permanente, de charla amigable y entretenida. Pero, ¿sabe qué?, guardaba la crueldad encerrada en esa casa. Al abrir la puerta, dejaba salir su ira por cada pasillo y la disparaba contra nosotros, sin ponernos la mano encima, ráfagas de frustración sólo con la voz. Palabras de furia, rencor, desprecio y toda una vida de amargura, transmitida de generación en generación, a la que había que poner fin. La única herencia de una  familia debería ser la ternura.
     Sé que no lo hemos matado. Vivirá porque era poco veneno. Se recuperará, pero le aseguro que  jamás volverá a tener las llaves de esta casa, el hogar donde residía su crueldad.

Suficiente, no era necesario más. El inspector le colocó las esposas mientras ella se giraba y decía a sus hijos. “Juntos, os quiero”.


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viernes, 1 de febrero de 2013

Desnudé un "te quiero"...


Desnudé un te quiero solitario y furtivo, aquel día lejano, sin noche ni mañana, presente sin horas, en algún instante entre el ayer, el hoy y lo desconocido.
Lo desnudé con calma, pausada, dulce, suavemente, le quité una resistente capa de miedo, otra más dura de vergüenza, temblorosa timidez. La última, de acerado orgullo.
Se deslizó como la seda, desde los labios, sobre los hombros. Grito y caricia. Se detuvo con un estremecimiento a lo largo de la espalda. Volvió  al pecho, acogedor, latiendo en el vientre, golpeando fuerte en su llamada, vibrante, intenso en su eco.
Hasta los dedos de los pies llegó para empujarme a andar, huella profunda, paso imborrable.
Libre te quiero, expuesto ahora a los vientos del cambio, perfume de otras brisas, burlas de los que envidian. A veces siente frío, a veces arde.
Se oculta entre palabras, defensoras del dolor, añora la protección del silencio que fue. Ahora se sabe conocido y vulnerable, lucha por seguir tatuado en una piel sin heridas.
Ahora es un te quiero como otros tantos, como otros muchos con temor al porvenir. Sereno ante una sonrisa o incierto ante el olvido, en lucha contra las dudas, equilibrista en el filo del remordimiento sin culpa. Pero no será un te quiero como otros tantos, como otros muchos demasiado ocultos para las vidas que los necesitan.
Desnudo te quiero, eterno, vive. Pase lo que pase.



Imagen obra de William Whitaker.

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